IDIOMA Y DEPORTE          ____________________________

 

La estrategia lingüística del fútbol

Jesús Castañón Rodríguez

Más allá del balón, traspasadas las fronteras del gol y del trío arbitral, más allá de los rugidos y rumores de las gradas, más allá de las declaraciones ante el fogonazo de los flashes y de las cámaras de televisión, más allá del deporte se mueve un apasionado mundo de intereses y opiniones encontradas cuyo pálido reflejo impregna los titulares de las crónicas, comentarios y reportajes de la prensa deportiva.

Se apagan las luces del estadio, el cemento se adueña de las gradas y comienza un nuevo partido: el juego desplegado por las redacciones deportivas de los medios de comunicación.

Se realizan entrevistas de opinión a jugadores, entrenadores y directivos, se ordenan las notas sueltas, tomadas durante el encuentro, para armar la crónica correspondiente.

Cmienza una estrategia de ilusión que crea nuevas expresiones, al primer toque, tomando como modelos los gustos sociales; busca los huecos para desarrollar sinónimos que combatan la monotonía y la rutina; hace un marcaje estrecho al vocabulario de moda; corre la banda intentando burlar las normas de censura; demuestra un gran dominio de la ironía, como reactivo a situaciones difíciles; levanta la cabeza para encontrar un pase medido a la transformación y reelaboración continuas del vocabulario; centra hacia el área de la expresividad y remata a puerta anotándose el gol de la creación de una lengua especial capaz de conectar con unas masas a las que transmite la presión del fútbol.

Así, un lector habitual de prensa deportiva se puede encontrar con un fútbol a la carta: centros a la olla, tantos de churro, fútbol a la centolla (parece el juego defensivo), gol del melocotón (creado por Vázquez Prada), ir a por uvas. Pero tras deleitarse con el sabor de los regates, de las fintas y de los pases medidos nada mejor para este placer culinario que el ¡¡bacalao!! con que Federico Merino canta desde la COPE cada nuevo gol.

El lenguaje taurino también está presente cuando un equipo da la puntilla al rival, ficha un matador (goleador) o capea el temporal. Los medios de comunicación enjuician la faena arbitral y las gradas corean torero, torero al jugador que ha conseguido un gran gol o ha realizado un excepcional partido. Un equipo puede ser tan irregular en sus actuaciones como un torero, siendo el caso del Currobetis, comparado con las grandes tardes de gloria y de estrépito de Curro Romero. El principal introductor de términos taurinos en el fútbol fue Matías Prats, que durante la posguerra retransmitió un sinfín de  corridas y partidos llegando en una transmisión taurina a saltarse la barrera lingüística con su famoso: el toro salió de banda.

La música late, asimismo, en todos los estilos que han existido en el siglo XX. Un equipo cuenta con un director de orquesta que reparte juego y hace que el conjunto dé un recital o un gran concierto sobre la hierba.

Durante mucho tiempo se establecieron comparaciones entre el fútbol y el jazz bajo el prisma de la improvisación, a través de Miles Davis y Pelé.

En los años sesenta el lenguaje musical invade las páginas deportivas: twist (para designar los ejercicios que durante el encuentro hace un portero para no quedarse frío), los jugadores ye-yés, las ideologías musicales de las diferentes tribus urbanas que forman los grupos ultras, con el heavyllismo de los seguidores del Sevilla, por ejemplo.

El juego se concibe como un edificio en construcción en el que tapar huecos, levantar barreras, hacer túneles y caños, canalizar el juego por parte de jugadores arquitectos y obreros.

No menos importante resulta la ola de erotismo: el balón besa la red, a un jugador le hacen la cama. Pero quizá la jugada más graciosa del subconsciente erótico se produjo cuando en un titular se podía leer: “El Conquense, con un gol de Cantudo, ganó por la minina”, hecho inédito en la historia del fútbol español donde, hasta entonces, se solía ganar por la mínima.

La geometría y el dibujo es uno de los recursos más empleados para situar a los jugadores en el terreno y para describir sistemas y planes de juego como el ataque-muelle, con el que Antonio Valencia bautizó el contraataque del Real Madrid de finales de los cincuenta, o la WM inglesa.

Clásica es ya la comparación con la guerra en la que los equipos son huestes que velan sus armas en el cuartel general correspondiente. Preparan la artillería y procuran evitar tener la pólvora mojada para que sus acciones sean eficaces. Las defensas se atrincheran, forman un búnker inexpugnable y los ataques se realizan con tiros, disparos, trallazos, cañonazos, obuses y misiles. En fin, toda una relación bélico-futbolística existente desde la década de los diez.

Durante mucho tiempo el juego vistoso y alegre de los medios de comunicación se encontró con el valladar inexpugnable de la censura. Entonces, se abrió el juego a los extremos y se corrió por la banda intentando sortear las normas. No se podía, en un primer momento, hacer crítica de los directivos de federaciones y de clubes dándose el caso curioso de no existir la palabra dimisión ya que en el anterior régimen sólo existía el cese a petición propia o el cese adoptado por las autoridades deportivas, como refleja una consigna de 1943.

Después de la Ley de Prensa de 1966, el campo de acción se limitaba a las críticas a la gestión de los dirigentes. Momento este en que José María García creó un sugerente lenguaje radiofónico en el que proliferaban las poltronas y otras cualidades para el mando como ser comedores, vividores, camanduleros, chupópteros, abrazafarolas, etcétera.

Pero en este complejo mundo donde "el balón es el único honrado y le tratan a patadas", surge en torno al esférico un vocabulario de peluquería en el que el balón es peinado y sirve para trenzar jugadas.

Incluso, hay una incorporación del lenguaje litúrgico: desde el célebre San Mamés ora pro golis -invocación humorística de Forges para el Mundial 82- hasta los milagros de cada partido.

Además, la política está presente en un léxico que traspasa los conflictos al terreno futbolístico. La batalla de la historia se inició con la victoria sobre la pérfida Albion, que una conocida autoridad proponía que debía ser por huevalina, y tuvo su continuación en el proceso autonómico con los encuentros disputados por los clubes-símbolo de los nacionalismos, en especial de los llamados históricos.

Pero la terminología no acaba ahí, sino que se enriquece con expresiones como el penalti de la LOAPA y los flecos, vocablo que saturó las informaciones sobre fichajes del año 1985 una vez que el Ministro de Asuntos Exteriores anunciara la incorporación de España a la CEE diciendo que "todavía quedaban unos flecos por concretar". Palabra comodín válida igual para indicar la falta de pago de unos millones al intermediario de turno o para señalar que un jugador recién incorporado le falta por pasar el reconocimiento médico.

El idioma ha sido sometido a tal gimnasia que ya no sólo es “esa especie de ronquido que se usa los lunes por las mañanas para discutir de fútbol” -como dijo Jorge Llopis- sino que baila al ritmo del vocabulario musical, deleita el paladar lingüístico de los aficionados, rompe hostilidades con el léxico belicista, da un pase de pecho a términos taurinos... En resumen, tonifica las páginas y las ondas de la tantas veces menospreciada sección de deportes.

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